Mañana se cumple 139 años del fallecimiento de Charles Darwin, el científico y naturalista inglés cuya obra más célebre, “El origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de razas favorecidas en la lucha por la vida” representa la fase capital en la historia del evolucionismo moderno.
Tanto su vida como su obra están indisolublemente ligadas a la Argentina. Un viaje signaría su historia: entre 1831 (tenía 22 años) y 1836, prácticamente le dio la vuelta al mundo en el barco HMS Beagle, al mando del capitán Fitz Roy. En 1832, ya en las costas argentinas, cerca de Bahía Blanca, encontró fósiles de mamíferos extintos, en lo que se considera su primera corroboración acerca de la mutación de las especies. No se privó de andar por tierra: bajó en la Patagonia, comenzó una larga travesía a caballo y hasta se topó con un campamento del gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas, en su guerra contra los malones. En sus diarios describiría a los gauchos como “los mejores jinetes del mundo”, entre los que aclaró que Rosas era superior. En Tierra del Fuego, la comunidad Ona quebró hipótesis (o prejuicios): aunque “primitivos” para la mirada británica, eran monoteístas. Y matriarcales.
Del país, aparentemente, sólo se llevó el Mal de Chagas. Luego, en las Galápagos, en 1835, se dio con un hallazgo determinante: en cada una de las islas del archipiélago los pinzones presentaban un pico diferente. Asumió que las especies, lejos de ser estables, cambiaban sus características físicas para adaptarse al entorno.
De allí su principio fundamental: “la lucha por la existencia en el mundo orgánico dentro de un ambiente cambiante engendra alteraciones orgánicas en curso de las cuales sobreviven sólo los más aptos, los cuales transmiten a sus descendientes las modificaciones que ha resultado ‘victoriosas’. Así se produce la selección natural”, sintetiza el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora. Porque la influencia del pensamiento de Darwin trascendió las ciencias duras.
En este aniversario de su muerte en pandemia resulta casi inevitable preguntarse si a esta crisis la sobrevivirán los más aptos. En todo caso, sin Darwin estaríamos en desventaja. “La investigación biológica actual es inimaginable sin el concepto de evolución”, puntualiza el investigador del Conicet Pablo Ortiz. (Ver “El orden biológico...”)
Su colega, Guillermo Folguera, refiere al caso de las bacterias resistentes a los antibióticos, que se multiplican con esa resistencia. “Se reconoce a la población como unidad de evolución, una de las grandes novedades de la propuesta darwiniana”, precisa. (Ver ¿Por qué volver a Darwin?)
Pero aún antes del coronavirus, el “darwinismo” tuvo un capítulo no sólo filosófico sino también político. Su obra fue aborrecida en los círculos teológicos porque “atacaba” las creencias cristianas fundadas en la interpretación de la Biblia. Sólo con el Papa Juan Pablo II, El Vaticano hizo las paces con Darwin: su obra explica la evolución de la vida, no su origen.
A la vez, muchos contemporáneos a Darwin vieron en su obra un embate contra las tradiciones del “Antiguo Régimen”. Inclusive (evoca el filósofo Santiago Garmendia) Karl Marx le ofreció dedicarle su obra mayor: “El Capital”. Pero Darwin declinó la oferta. “Ya demasiados problemas tenía con el evolucionismo”, ironiza Garmendia.
Como contrapartida, surgieron ideologías reaccionarias y providencialistas que propusieron un “darwinismo social”. “La alternativa (es) ‘libertad, desigualdad, pervivencia del más apto’. No ‘libertad, igualdad y supervivencia del menos apto’. La primera lleva a a sociedad hacia adelante y favorece a sus mejores miembros; la segunda lleva a la sociedad hacia atrás y favorece a los peores”, expuso William Graham Summer, citado por Ferrater Mora.
Luego, el “darwinismo social” sostenía que no dejar en libertad la “competencia” favorecía a los más débiles y debilitaba a la sociedad. De allí, acaso, que pueda explicarse cómo la evolución natural es varias veces más veloz que la evolución social.
Tras la II Guerra Mundial, el régimen totalitario de Iosif Stalin emprendió el “redisciplinamiento ideológico” de la URSS y, se prohibió la enseñanza de Darwin en las escuelas. La razón no era sociológica sino fanática: “El origen de las especies...” no explicaba la evolución del hombre a partir de la lucha de clases, recuerda Giuliano Procacci en su “Historia General del Siglo XX”.
Entonces Darwin no sólo se torna vigente sino enigmático. Exactamente, ¿cuánto ha evolucionado nuestra especie?